Seguramente, has escuchado o participado en el famoso ritual de comer 12 uvas durante el primer minuto del año.
Sin duda, es un ritual divertido e interesante; Ver como todas las personas se apresuran a comer 12 uvas y no ahogarse en el intento, se vuelve cómico.
Más allá de lo cómico, este ritual va acompañado de optimismo y esperanza.
Se supone que cada uva representa un deseo o un propósito para el año nuevo y el comerlas traerá buena suerte para cada uno de ellos.
Muchas personas se aferran a esas 12 uvas y están decididas a comer cada una de ellas mientras en su mente, van mencionando cada uno de sus deseos.
Es alentador ver cómo cada una de esas personas están decididas a cumplir estos 12 deseos el próximo año.
La mayoría de nosotros, iniciamos el año nuevo con grandes sueños, propósitos y retos.
Empezar un año nuevo nos da ese impulso de iniciar y concretar esas nuevas metas.
(y también aquellas que dejamos incompletas durante el año pasado y antepasado).
Todos estamos en busca de: esperanza, felicidad y buena suerte para el año nuevo.
Buscamos creer en algo y nos aferramos a ello sin importar lo que sea; uvas, personas, dinero, etc.
El problema de esto, es que cuando ponemos nuestra esperanza y felicidad en algo o alguien, dependemos completamente de eso y cuando esa persona nos falla o aquello a lo que nos afianzamos no funciona, nos sentimos frustrados, defraudados y sin motivación para continuar.
Es muy bueno tener metas y propósitos.
Lo malo, es que nos aferramos y depositamos toda nuestra confianza en ellas.
Busquemos descansar y confiar en los propósitos de Dios para nuestra vida y no en los nuestros.
De igual manera, entreguemos nuestras metas y sueños a Dios y dejemos que Él nos guíe en el proceso.
Este 2022, te invito a reflexionar y pensar en quién o qué estás depositando tu esperanza y confianza.
Por Johanna Ochoa.
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