Corazón sediento
- Johanna Ochoa
- 14 abr
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 abr
¿Alguna vez te has sentido tan triste y desanimado que llegaste a pensar que Dios se había olvidado de ti?
Me atrevo a decir que, en algún momento, todos hemos pasado por algo así.
No hace mucho, me encontré enfrentando un desánimo profundo. No tenía fuerzas, me faltaba el ánimo… y aunque en ese momento no lo comprendía del todo, me di cuenta de que mi energía emocional y espiritual se había agotado por completo. Empecé una lucha interna, culpándome por sentirme así.
Me decía: “¿Dónde quedó tu fe?
Pero justo allí, en medio de la tristeza, la Palabra de Dios vino a dar aliento a mi corazón.
Como el ciervo que busca el agua...
Al leer el Salmo 42, vi reflejada mi realidad:
"Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía". (Salmo 42:1)
Ese “bramar” no es solo un suspiro... es un gemido profundo que surge desde lo más hondo del alma. Así estaba yo: vacía, sedienta de Dios, necesitando de Su presencia como un ciervo desesperado por un poco de agua.
Sabía lo que debía hacer, pero no fue fácil. Desde lo más profundo de mi ser, tenía que clamar, tenía que rendirme por completo ante Dios. Mi alma necesitaba reconocer cuánto le necesitaba.
No bastaba “buscarlo como siempre”
No era suficiente saber lo que Dios podía hacer. No alcanzaba con orar o leer la Biblia como una rutina. Mi alma pedía más.
Tenía que entregarle mis luchas, emociones y cargas.
Tenía que rendirme. Ser sincera. Vaciar mi corazón delante de Él y decir:
“¿Por qué te has olvidado de mí?”
Sí, se lo dije a Dios...
Y ¿sabes qué? Él no me rechazó.
Dios no nos rechaza por estar tristes, confundidos o batallando.
En medio de mi batalla, y a través de la Palabra de Dios, tuve que recordar quién es Él.
Recordando quien es Dios:
Lo más importante fue recordar quién es Él y todo lo que ha hecho por mí.
Tenía que recordar que sin importar cuán difíciles sean las circunstancias o cuán bajo me sienta, mi esperanza no depende de eso, sino de la presencia fiel de Dios en mi vida.
¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío. Salmo 42:11
Cada día es una nueva oportunidad para confiar en Él. Para soltar lo que nos abruma, para dejarle nuestras ansiedades, para depender más de Dios y ver cómo obra en formas que ni siquiera imaginamos.
No es fácil. Es un reto diario. Pero si lo buscamos desesperadamente, como el ciervo al agua, podremos decir con convicción:
"Espera en Dios, porque aún he de alabarle."

Comentários