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¡Te tengo envidia… pero de la buena!”

  • Foto del escritor: Johanna Ochoa
    Johanna Ochoa
  • 26 jun
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 1 jul


¿Alguna vez te han dicho: “¡qué envidia te tengo! Pero pura envidia de la buena”? Se dice con una sonrisa, como si no pasara nada. Parece inofensivo, incluso simpático. Pero ¿qué hay detrás de esa frase?

La realidad es que esa envidia de la buena no existe. Así como una mentira sigue siendo mentira aunque la adornes, la envidia sigue siendo envidia, aunque la suavices con una frase ingeniosa.

 

Cuando el corazón se incomoda

La envidia nace cuando vemos en otros algo que deseamos: su éxito, su carisma, sus relaciones, su influencia. No solo envidiamos lo material —a veces lo que más molesta es ver cómo alguien es más admirado, querido o buscado.

Pensamientos como : “quisiera que me sigan como a ella”, “ojalá me buscaran como a él”, comienzan a crecer. Y lo que parece solo una inquietud interna, pronto se convierte en molestia cuando otro brilla o es reconocido.


De la admiración a la competencia

Dios nos llama a admirar lo que Él hace en los demás, no a competir. Pero cuando dejamos de alegrarnos por lo que Dios hace en otros, los comenzamos a ver como amenaza. Y esa competencia interna nos desgasta y nos roba la paz. Nos llena de amargura cuando sentimos que no logramos brillar como otros.


Entonces imitamos no por amor, sino por envidia. Servimos no por gratitud, sino por deseo de tener el mismo lugar que otros. Comenzamos a copiar actitudes no por admiración genuina o por querer parecernos a Cristo, sino por deseo de tener el mismo lugar, el mismo reconocimiento.

Entramos en una carrera silenciosa.


No fuimos llamados a competir, sino a reflejar a Cristo

Dios no nos creó para competir unos con otros. Cada uno tiene un llamado único, una gracia especial. Si pasamos la vida intentando tener el brillo del otro, perdemos lo más valioso: permitir que el brillo de Cristo se refleje a través de nosotros.

No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Filipenses 2:3

La comparación constante nos deja sin gozo, sin dirección, sin humildad.

Todo comienza con humildad. Agradece a Dios por lo que ha puesto en ti, y también por lo que ha depositado en otros. Ora para que tu corazón no caiga en comparación ni competencia, sino que se llene de admiración genuina.


La envidia divide. La admiración une.

La admiración nace del amor. La envidia, del ego. La admiración construye unidad. La envidia causa división.

Admira a quienes Dios usa. Alégrate cuando otros brillan. Cultiva un corazón agradecido que no teme reconocer lo bueno en los demás.

Reconoce que no se trata de ellos, sino de Aquél que habita en ellos: Jesús.

Cuando reconoces el brillo de otro, estás reconociendo al Dios que lo hizo brillar.


 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. S. Mateo 5:16



 
 
 

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